Gran parte de la conversación sobre el uso de ChatGPT en el ámbito educativo se ha centrado en el plagio, pero ¿qué nos puede enseñar esta tecnología sobre nuestras propias habilidades de escritura?
Estoy sorprendida con los resultados de la encuesta que hice la semana pasada: cerca de la mitad de las personas que contestaron la encuesta (49.37 %) creen que el mensaje editorial publicado el 24 de enero lo escribí yo.
El texto titulado “ChatGPT y la educación del futuro: cómo la inteligencia artificial está transformando la enseñanza” fue escrito en su totalidad utilizando ChatGPT (incluido el título). La idea era hacer el siguiente experimento: pedirle a este chatbot que escribiera un texto de 600 palabras precisamente sobre ChatGPT y ver si mis lectores podían distinguir entre un texto escrito por una máquina y uno escrito por una persona.
Me quedé anonadada al mirar los resultados porque, para mí era evidente que el texto había sido escrito por una inteligencia artificial, realmente estaba segura de que, por lo menos, el 90 % iba a darse cuenta de que esa “no era mi voz”. Pero solo el 33.92 % coincidió conmigo, mientras que el 16.71 % dijo no tener idea.
¿Qué me dice esto sobre mi estilo y voz al escribir? ¿Mi trabajo podrá ser reemplazado por un robot? Esa será, seguramente, una larga conversación que tendré próximamente con mi terapeuta. Pero más allá de eso, este experimento me ha hecho cuestionarme muchas otras aristas de las implicaciones del uso de inteligencia artificial en la educación (y en el trabajo).
En las últimas semanas se ha hablado y escrito mucho sobre las implicaciones del uso de chatbots o modelos de inteligencia artificial como ChatGPT en el ámbito educativo, particularmente el uso (o mal uso) que la comunidad estudiantil pueda hacer de esta nueva tecnología. Gran parte de la conversación se ha centrado en el plagio, pero ¿qué nos puede enseñar esta tecnología sobre nuestras propias habilidades de escritura?
Esta tarde estaba leyendo un artículo muy interesante publicado en el Chronicle of Higher Education que habla precisamente de esto. Los autores, James M. Lang y Michelle D. Miller, aseguran que “gran parte de la investigación académica parece haber sido escrita por una inteligencia artificial” y nos invitan a usar estas nuevas herramientas precisamente para aprender “la importancia de tener una voz distintiva”. Es decir, para aprender a ser más humanos.
Es verdad que muchos textos académicos utilizan un lenguaje tan complicado, tan rígido y rimbombante que pasan desapercibidos, incluso por la propia comunidad académica que ya está acostumbrada a leer este tipo de jerga académica. Lang y Miller defienden que es sumamente importante que la literatura científica, académica e intelectual llegue a más personas. Pero ¿cómo llegar entonces a más audiencias? y ¿por qué esto es importante? “Una voz de escritura distintiva aumentará las probabilidades de que el trabajo (académico o científico) tenga un impacto en el mundo”.
Qué irónico sería que la llegada de herramientas de inteligencia artificial como ChatGPT, lejos de hacernos “más tontos”, nos inspire a potenciar y valorar aquellos rasgos que nos hacen más humanos y que, precisamente, nos distinguen de las máquinas. ¿Creen que esto es posible? ¿Ya usaste ChatGPT? ¿Qué te pareció? ¿Lo usarías en clase o en tu trabajo? Cuéntanos cómo.
Los leo en los comentarios.
Karina Fuerte
Editora en jefe, Observatorio del Instituto para el Futuro de la Educación
Gran parte de la conversación sobre el uso de ChatGPT en el ámbito educativo se ha centrado en el plagio, pero ¿qué nos puede enseñar esta tecnología sobre nuestras propias habilidades de escritura?
Estoy sorprendida con los resultados de la encuesta que hice la semana pasada: cerca de la mitad de las personas que contestaron la encuesta (49.37 %) creen que el mensaje editorial publicado el 24 de enero lo escribí yo.
El texto titulado “ChatGPT y la educación del futuro: cómo la inteligencia artificial está transformando la enseñanza” fue escrito en su totalidad utilizando ChatGPT (incluido el título). La idea era hacer el siguiente experimento: pedirle a este chatbot que escribiera un texto de 600 palabras precisamente sobre ChatGPT y ver si mis lectores podían distinguir entre un texto escrito por una máquina y uno escrito por una persona.
Me quedé anonadada al mirar los resultados porque, para mí era evidente que el texto había sido escrito por una inteligencia artificial, realmente estaba segura de que, por lo menos, el 90 % iba a darse cuenta de que esa “no era mi voz”. Pero solo el 33.92 % coincidió conmigo, mientras que el 16.71 % dijo no tener idea.
¿Qué me dice esto sobre mi estilo y voz al escribir? ¿Mi trabajo podrá ser reemplazado por un robot? Esa será, seguramente, una larga conversación que tendré próximamente con mi terapeuta. Pero más allá de eso, este experimento me ha hecho cuestionarme muchas otras aristas de las implicaciones del uso de inteligencia artificial en la educación (y en el trabajo).
En las últimas semanas se ha hablado y escrito mucho sobre las implicaciones del uso de chatbots o modelos de inteligencia artificial como ChatGPT en el ámbito educativo, particularmente el uso (o mal uso) que la comunidad estudiantil pueda hacer de esta nueva tecnología. Gran parte de la conversación se ha centrado en el plagio, pero ¿qué nos puede enseñar esta tecnología sobre nuestras propias habilidades de escritura?
Esta tarde estaba leyendo un artículo muy interesante publicado en el Chronicle of Higher Education que habla precisamente de esto. Los autores, James M. Lang y Michelle D. Miller, aseguran que “gran parte de la investigación académica parece haber sido escrita por una inteligencia artificial” y nos invitan a usar estas nuevas herramientas precisamente para aprender “la importancia de tener una voz distintiva”. Es decir, para aprender a ser más humanos.
Es verdad que muchos textos académicos utilizan un lenguaje tan complicado, tan rígido y rimbombante que pasan desapercibidos, incluso por la propia comunidad académica que ya está acostumbrada a leer este tipo de jerga académica. Lang y Miller defienden que es sumamente importante que la literatura científica, académica e intelectual llegue a más personas. Pero ¿cómo llegar entonces a más audiencias? y ¿por qué esto es importante? “Una voz de escritura distintiva aumentará las probabilidades de que el trabajo (académico o científico) tenga un impacto en el mundo”.
Qué irónico sería que la llegada de herramientas de inteligencia artificial como ChatGPT, lejos de hacernos “más tontos”, nos inspire a potenciar y valorar aquellos rasgos que nos hacen más humanos y que, precisamente, nos distinguen de las máquinas. ¿Creen que esto es posible? ¿Ya usaste ChatGPT? ¿Qué te pareció? ¿Lo usarías en clase o en tu trabajo? Cuéntanos cómo.
Los leo en los comentarios.
Karina Fuerte
Editora en jefe, Observatorio del Instituto para el Futuro de la Educación
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